Sorpresa en la carretera

Lo bonito de los viajes es que casi siempre hay algo improvisado que consigue sorprendernos.

Finales de junio, de ruta por el Parque Natural de la Serranía de Cuenca. Paisajes preciosos, tranquilidad y, de repente, esto:

 

Aunque es una práctica casi extinguida, en algunos lugares de España aún se se conserva la tradición de la trashumancia de bravos. En verano, los ganaderos dirigen  a sus animales hasta prados más altos buscando un clima más fresco en el que pasar los meses más calurosos.  En invierno, repiten el viaje a la inversa.

Para los espectadores se crea una estampa de gran belleza. Para los ganaderos, en cambio, la trashumancia supone largas y duras jornadas: a caballo durante el día y maldurmiendo al raso durante la noche, siempre pendientes de la manada.

Hay estudios que demuestran que la trashumancia proporciona numerosos beneficios ambientales. El paso del ganado aumenta la fertilidad de las tierras y reduce el riego de incendios, entre otras cosas. Sin embargo las ayudas para conservarla viva parece que no están a la altura y a los trashumantes les resulta muy difícil mantener esta actividad.

A mí, toparme sin esperarlo con esta escena, me pareció un regalo. El sonido de los cencerros, nuestro silencio,  las voces y silbidos de los pastores, los mugidos, los terneritos pegados a sus madres… No me importó tener que esperar el paso de los animales bajo un sol abrasador.